Hace un año respiraba un aire diferente.
Respiraba el del campus, de los salones amplios de la facultad, el aroma del cafecito de la máquina que compraba cada jueves antes de clase. Respiraba el mismo aire que mis compañeras de la especialidad, cuando nos salíamos entre clases a chismear y quejarnos de machitos de la carrera (y de la vida). Nos costaba despedirnos, aún sabiendo que nos veríamos al día siguiente, porque ya habíamos construido un espacio para nosotras: seguro, sororo, sensacional. Nos reapropiamos de la fuerza de nuestras voces y la raíz de nuestras narrativas, porque en una facultad, una sociedad, un país machista, nos abrazamos y fortalecemos. Este aire nuevo, fresco y feminista fue el que me llevó a participar en mi primera marcha el 8 de marzo, y a teñir mi corazón más que nunca de morado y verde.
Hace un año caminé, bailé, pinté y grité junto a mis hermanas; hermanas que desconozco de nombre y rostro, pero que llevo en el espíritu como me llevo a mí. En mis entonces 20 años de vida, jamás había sentido que un grupo tan grande de personas me hiciera sentir que estaba en el hogar que llevo buscando desde siempe, una casa que creé en mi identidad como mujer. Entonar las consignas que me aprendí en ese momento fue como hacerle un llamado a mi naturaleza, fue darle un micrófono prendido a todas las pasiones que apagué cuando un hombre me chifló por usar shorts a los 12, o cuando me dijeron que no entendía aquella tristeza que me hundía el corazón, porque estaba "hormonal". Vi de frente y le puse nombre a la vergüenza colectiva que hacía que me pesara más la sangre menstrual que debía ocultar, porque era "sucia".
Fuimos, realmente, una oleada esmeralda y cárdeno, y al día siguiente, un vacío. Un vacío el cual, con un rastro de una culpa antigua, confieso que no respeté completamente. Hice una excepción por hablar con alguien a quien yo creía por encima de los defectos y afectos del patriarcado; me entristece saber que, con lentes rosados en forma de corazón, una ve embellecida la realidad; no porque esta no tenga su magia, pero admito que hubiese preferido cambiarlos por lentes violetas, que me dieran la imagen completa: una imagen en la cual esa persona también participaba en el mismo sistema contra el que he luchado.
Hace un año el mundo se fue a carajo y en el espacio de 7 días yo era una persona; no, una mujer, distinta. Sentí como si me hubiesen empujado al acantilado sin parcaídas, sin consentimiento y sin alternativa; sin embargo, cuando caí, no fue con el madrazo que esperaba. Me recibió un colchón hecho por los afectos de mis amigas y la sororidad de chicas que ofrecían un taller, una conversación, un proyecto o un espacio para recordarme que no estaba sola. Así como fue increíble encontrarnos en el Monumento a la Revolución en domingo y en los huecos que dejamos al desaparecer el lunes, nos hallamos en nuestras redes aportando cada granito que nos era posible en este nuevo mundo pandémico.
Me da miedo asomarme y ver el trabajo que nos falta para que se cumpla nuestra visión de un mundo más sencillo y justo para las que vienen después de nosotras. No puedo cegarme a la realidad que enfrentamos y enfrentaremos, pero tampoco puedo avanzar sin reconocer el vasto camino que hemos trazado desde tiempos inmemoriales.
Porque un día me despedí de mis periodistas como cualquier día y no nos hemos vuelto a ver mas que en pantallas, pero aún hay otras 11 mujeres cada día que no gozan de ese privilegio de volverse a ver.
Porque la primera vez que marché a lado de mujeres extraordinarias sería la última vez en un largo tiempo que me rodearía de una aglomeración similar, pero no la última. Nunca la última.
Porque escucho las consignas y los cantos que grabé en mi celular y se me eriza la piel de la emoción, al saber que cuando podamos, ahí estaremos. Ahí estarán mis hermanas, amigas, madres, hijas, solteras, casadas, viejas, jóvenes, blancas, morenas, trans, cis; en presencia o en esencia, las mujeres ahí estaremos.
El feminismo no se detuvo, aún cuando el mundo sí. La sororidad latirá mientras nosotras lo hagamos; mientras existamos, nos haremos escuchar y nos daremos nuestro lugar.
Y retiemblen sus centros la tierra
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