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Pétalos, tallo, hojas y amor

Mucho puedo decir de las metáforas de las flores; existen ya múltiples versos que describen el suave tacto de la mano de un amante que nos acaricia con la delicadeza de una flor, o del tono carmesí que adorna los labios en forma de pétalos de rosa de la mujer más guapa en el bar. Son el regalo por default, una opción segura para cualquier tipo de festejo o duelo. Escogemos la que más nos gusta por una miríada de razones: el olor, el color, la forma o el recuerdo.

Creo que todxs recibimos flores en algún punto de nuestras vidas, aunque me entristece pensar que habrá quienes que se crean por encima de la felicidad de recibir un ramo como gesto afectuoso. Si mal no me equivoco, mi primer ramo fue entregdo por las manos de mi abuelo paterno, después de mi primer recital de baile. Hay una foto perdida por ahí de él y mi abuela, conmigo en medio, sonriente (como siempre cuando estaba con mis abuelxs). Recibí una que otra rosa en San Valentín, y de parte de mi abuela materna una macetita con una de sus muchísimas violetas que tristemente no sobrevivió a mi intento de jardinería.

Traigo estos recuerdos porque nunca, nunca, me cae mal recibir flores. Siempre quise que alguien me recibiera en el aeropuerto con un ramo; no importaba el tamaño ni tipo, sino que vinieran de alguien que me quería muchísimo. Es por eso que agarré el pequeño casi-hábito de comprarme un par de gerberas cuando podía, porque estaban en descuento y porque me alegran el día. Bien dicen que si quieres que alguien te de algo, primero debes saber, querer y poder dártelo tú.

Para mi cumpleaños recibí flores. El año pasado vinieron en una maceta y no deja de soprenderme que sigue viva la planta, aunque la relación no. Y este año vinieron dos nuevos arreglos preciosos, de parte de mis amigas y otras de mi mamá. Unas se quedan en mi escritorio y otras en mi mesa de noche, para que así mientras tecleo, edito, leo y duermo me llega el suave aroma floral y me hace pensar en ellas. Qué bonito es traer en la mente, y en el corazón a las personas que nos nutren el alma y más en una presentación llena de vida, color y belleza. 

Ojalá y nunca se pierda la costumbre de dar flores; que demos flores a nuestras amigas porque sabemos que están pasando un mal rato, a nuestras parejas (independientemente del género) porque les queremos, a nuestras mamás porque sabemos que las van a mantener vivas mucho mejor que unx mismx. Creo que hay momentos en los que dar flores es el último consuelo que le ofrecemos a personas atravesando una pérdida, y se me hace incalculablemente desafortunado que para tantxs será la primera vez que reciben un ramo.

Y ahí les encargo si llegan a ver mis flores favortas, porque nunca las he visto en persona. Amapolas rojas.



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