Te aprendes espacios sin darte cuenta, sin que sean tuyos, y viven en tu memoria como parte del rompecabezas.
Me impacta mucho la manera en la que recuerdo los espacios ajenos, como las habitaciones de mis amigas o las cocinas de otras personas. Nunca me había fijado cómo esos lugares se quedan en mi mente, los guardo en el álbum mental de mi vida, y cuando vuelvo a ellos siempre me sorprende saberme detalles.
Porque las paredes eran moradas y ahora son grises, donde antes había un póster de Joe Jonas y ahora diplomas, por las colchas de flores reemplazadas por otras. Es que te digan que vayas por vasos y sabes qué gabinete abrir, solo para sorprenderte cuando te dicen que los cambiaron de lugar. Es recordar el patrón de las sábanas y el aroma del shampoo ajeno, y que debes usar suéter en la terraza porque sabes que enfría como ningún otro lado.
Me he aprendido tantos espacios que se sienten familiares, y me da tantísima tranquilidad ver que algunas cosas nunca cambian. Mis espacios siempre cambian, porque me aburro y harto de cualquier acomodo y me tengo hasta la madrugada moviendo libreros y vaciando cajones. Pero regreso a ciertos lugares y, si cierro los ojos lo suficiente, puedo recordarme en ellos.
¿Será que las paredes de los pasillos de mi prepa se sentirán igual? ¿Podré recordar la textura del uniforme, el sonido del pasar de páginas de un libro de texto, las risas de mis amigas? ¿Serán iguales las bancas de los sótanos de la facultad, faltando sillas o mesas pero nunca mis personas favoritas?
Hay momentos que se quedaron en esos lugares, junto con la gente, junto con dolores y anhelos que se lleva el viento y la memoria.
También hay espacios donde una ya no cabe. Porque esos mismos pasillos ya no ven a una adolescente uniformada, en esas bancas no se sienta una estudiante esperanzada. En esas sábanas ya no duerme una persona que quería, en esa terraza no se sienta el amor en demasía. Le lloro aún a los quizás, a los hubieras y a las posibilidades que no murieron en son de paz. Llorar no detiene el cambio, ni lo desacelera.
Pero en otra cocina sí tomo el café con una sonrisa. En habitaciones de amigas aún escucho ecos de las personas que fuimos, pero no le ganan en volumen a las personas que somos ahora. Veo calles que aún no he transitado y que quizás sean los caminos que tome, a pie, o al volante. Y aunque me pregunto todavía cómo se verán tantos hogares que tuve, en paredes de concreto y las vidas de otras personas, es la simple naturaleza de la curiosidad, nada más.
Te aprendes espacios sin darte cuenta, sin que sean tuyos... aunque, de cierta manera, algunas partes pequeñísimas sí te corresponden. Y qué bello es crecer en esos rincones.
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