El café soluble de sobrecito me trae muchos recuerdos. Hoy, después de casi dos años de no hacerlo, me compré una cajita y cuando calenté el agua en el microondas, saqué mi termo y revolví la mezcla de capuchino, me transporté. Para ahorrarle unos pesos a mi inversión diaria, constante e imparable de café, me llevaba uno de esos sobres a la universidad, preparada para cualquier jornada larga que requiriera el 100% de mi atención (y el 100% de cafeína en mi sistema). Calentaba el agua en las oficinas de Vértice, junto con mi comida en tupper usualmente, en lo que platicaba con alguien en los sillones o con los coordinadores en sus oficinas. Me salía a comer a la terraza si tenía un aroma muy fuerte (aunque oliera bien, porque igual es un espacio compartido) y me sentaba un rato al aire libre. Ese sabor de café con azúcar y leche en polvo y dios sabe qué más, venía con horas extra frente a alguna pantalla, pero también la compañía de mis amistades. Iba de la mano con atardecer...